Relatos

día uno

Cuentan que existe un reino donde cada cien años se concede la inmortalidad al habitante más ilustre que más ha contribuido al bien común de todos.

Corre el año novecientos noventa y nueve y como la norma dicta, con la llegada del nuevo año será elegido un nuevo inmortal, que vendrá a sustituir a aquel de los cinco existentes que menos haya contribuido al bien común de todos.

En los aledaños de dicho reino se vive con despreocupada alegría la elección del nuevo ilustre inmortal. Sus quehaceres diarios también emanan la misma esencia de forma de vida, los sabios inmortales procuran con sus decisiones que en el reino, las pequeñas y grandes desavenencias y preocupaciones cuenten con una respuesta rápida y concisa sin que los habitantes sufran la más mínima crispación, confrontación o desidia.

En casi mil años de existencia del reino no habido día que se respire paz, cordialidad y fraternidad, la alegría dibujada en semblante de sus dichosos habitantes no desaparece de un día para otro.

En el último día del año novecientos noventa y nueve un habitante del reino se dispone a formar parte de tan selecto grupo, mientras que otro debe abandonarlo. No pasa desapercibido para la gran mayoría de las gentes quien es el entrante, que semanas antes es felicitado y envidiado por haber sido elegido para formar parte de los sabios. Música y algarabía suele ocurrir durante esos días celebrando la dicha de uno de los suyos.

No suele correr la misma suerte con el sabio saliente. A muchos de ellos les espera la soledad de quien no tiene ya nadie en este mundo. No se sabe ni se tiene constancia de sabio saliente que haya permanecido más de una semana en el reino, todos terminan desapareciendo.

A pesar de que los sabios no se ocultan ante sus habitantes sino que comparten sus que aceres diarios, pasean, disfrutan el día a día con ellos y les escuchan, y en grupo deliberan que hacer si algo pretende enturbiar esa paz, los más viejos el tiempo ha hecho que sus familias ya no estén. A pesar del cariño y el afecto que les guarda los habitantes, nada puede hacerse por apaliar el dolor, la tristeza y la soledad.

Grande, sobre una montaña, se sitúa el castillo donde los sabios viven y se reúnen para deliberar. En la falda de la montaña por ambos lados, pequeñas viviendas nacen de la tierra fértil evitando robar al entorno lugares donde cultivar. Las más grandes pueblan las extensiones norte y este en una planicie que requería de un día entero de caminata para poder bordear. Sur y oeste, más recogido que norte y este, cuenta con las fábricas y lugares de artesanía.

Muchos son los que vienen de otros lugares para hacer intercambio de bienes y materiales, para visitar familiares y amigos, para buscar consejo entre los sabios, gentes que tiene sus pueblos con cierta lejanía en los alrededores pero que son sin complejos y sin problemas bien recibidos. En una península tan amplia sin apenas accidentes geográficos, encontrar el reino es sumamente sencillo. Sería un comentario muy acertado decir que el reino y la península es la envidia de los lugares vecinos.

La estrella que aporta luz trae el amanecer de un nuevo día, uno especial en el calendario de este mundo tan peculiar, y tratándose del primer día del año del primer año de cuatro cifras, sin freno las gentes de todas partes en todos los lugares han celebrado el cambio de año. El nuevo sabio se incorpora hoy mismo y el saliente saldrá, y tendrán la oportunidad de hacerlo, si lo desean, pasando totalmente desapercibidos.

El amor por sus gentes y la dedicación de siglos por el bien de su reino no ha evitado que el sabio saliente aproveche la algarabía sin freno para intentar pasar totalmente desapercibido. Para evitar si cabe ser detectado por aquellos más astutos u observadores, dejó atrás en el castillo su característica larga melena plateada que ha pasado a ser mucho más corta y modificada en color por unos tintes días antes aplicados. Él es el mismo por fuera igual que cuando entró pero por dentro no puede decir lo mismo. Ese pequeño cambio en el color de su pelo y la longitud de su cabello trae una novedad de siglos de inamovilidad en su apariencia externa.

Entre el tumulto se mueve con facilidad, observa a las personas que días antes habló con ellas, que les consultaban sus cosas y con las que intercambio pareceres, esas mismas personas hoy celebran el año nuevo sin tener en cuenta que su sabio saliente está con ellos. Este camina escuchando con el detenimiento habitual las conversaciones de todos, la que la música que suena aquí y allá le permite escuchar. Es mucho el frenesí que aun bulle siendo un día nuevo.

El sabio cuenta con todo el tiempo del mundo y el anonimato que le otorga su cambio de aspecto, se desenvuelve bien entre las gentes que incluso han venido de otras partes a celebrar el año nuevo. Se siente alegre de ver que todos lo celebran con esa alegría, grandes, pequeños, chicos, chicas, de piel más clara y más oscura. Hay lugares del reino por donde pasear donde hay cierta tranquilidad pero la celebración tiene acaparado ampliamente todos los lugares que tan bien conoce.

Sabe de sobra que necesitará horas para abarcar la zona norte y oeste del reino pero no le importa, quiere darse el gusto hoy de ver toda esa felicidad y ver a todas esas personas tocando música y celebrando alegremente un día tan señalado. Hay instrumentos que no son de su reino y que pocas veces ha visto aun habiendo vivido tantos años, prendas de vestir que igualmente le sorprende, acentos y dejes que le resultan curiosos, rasgos en las caras y colores de ojos que igualmente los disfruta. Ser sabio y saber muchas cosas y haber vivido tanto no evita de todos modos disfrutar de esos pequeños detalles. Sabe también que mañana el reino recuperara su normalidad. O lo mismo no viendo tal cantidad de personas y celebraciones por doquier.

Acordes de infinidad de instrumentos llenan el ambiente, sin distorsionar ni sonando desacompasados, como si todos intentaran sin estar de acuerdo tocar un mismo tema. Los sonidos reverberan en las paredes de las casas, en las gentes, que hablan y ríen sin cesar. Los sentidos del sabio son agudos y perciben los más leves detalles de todo cuanto escucha. Ser sabio te pide tener un oído fino e interpretar hasta el más leve de los gestos.

Todos comen y beben sin cesar, y a pesar de eso él solo camina y a veces se para para apreciar bien todo cuando le rodea. Se percata que los perros y gatos que normalmente callejean están hoy todos escondidos, al igual que las aves pequeñas que normalmente registran con sus piquitos el suelo buscando comida, están ausentes.

Los niños corretean de aquí para allá, los más formales tocan también instrumentos de música y los que no, intentan incordiar a grandes y chicos, pero sin atisbo de maldad. Su reino de mil años es así, alegre como este día salvo que hoy es nuevo año y el día tan señalado pide algo más.

Los tonos del día se vuelven más claros y tornaron a un amarillo del medio día, signo de que la estrella que les ilumina sigue girando, pero eso no parece importarles a los habitantes del reino que siguen celebrándolo. Solamente una cosa está cambiando, y es que muchos de ellos están situando en zonas abiertas en las calles, hileras de mesas y sillas se están empezando a colocar, signo de que muchos van a comer con amigos y conocidos. Él no se detiene y sigue calle arriba calle abajo, viendo una versión todavía más alegre y jovial de cuanto ha estado disfrutando tantos siglos.

Muchos árboles tienen su misma edad, y otros han sido recientemente plantados. Los pequeño huertos lustrosos siguen teniendo buen color y nada hace presagiar que este año les vaya a falta hortalizas y productos del campo con los que alimentar a los habitantes y comercializar. La variedad de frutas y frutales existentes aquí abajo son los que hacían ver esa variedades de colores desde lo alto del castillo, desde las ventanas donde tantas veces se habían sentado él y el resto de los sabios a dialogar.

El sabio saliente por sus oídos percibe algo que parece pasar desapercibido por todos los de su alrededor, una melodía de un solo instrumento. Parecía un instrumento de cuerda percutida. Un piano. No destacaba el piano del resto de melodías y de conversaciones a su alrededor, pero lo escuchaba nítido. Meterse en su cabeza sería la idea más acertada que expresaría el sentimiento.

La melodía continua, igual que sus pasos, que le llevan por calles conocidas pero sin un destino fijo. El tema acapara y tapa levemente cada vez más al resto, a cada paso que toma. Embrujado se siente. Llevado a no sabe dónde sin saber ni cómo ni porque. Una melodía así de linda le está haciendo eso.

Una plazoleta y gente alrededor de alguien. Justo allí se detiene sus pasos y la melodía se disipa. Vuelve a poder escuchar las melodías de su alrededor, y las conversaciones de momentos antes. La gente que arremolinada estaba delante de alguien se disipa, quedando un piano y una niña frente a él. Sus dudas de si esas personas sufrían el mismo encantamiento que él no tardan en aflorar, pero más le puede su curiosidad por ver la persona que tocaba una melodía así.

Sus ojos de lejos no le engañaron, de cerca apreció mejor que era una joven quien tocaba. Ella empezó a tocar de nuevo y el sabio como un resorte, se puso tenso, pensado que volvería a tener el mismo sentimiento que momentos antes, pero no sucedió. Era el mismo tema que antes, pero podía seguir escuchando los demás temas y poder articular sus pasos de motu propio. Y de motu propio se quedó allí escuchando la pieza hasta que acabó del todo.

La mirada de la niña que acabó la pieza se despegó para ir a parar a los ojos del sabio, que se cruzaron por un momento hasta que la niña fue llamada por unas personas y esta salió a su encuentro. El sabio la siguió con la mirada hasta que fue a parar a esas personas, una pareja que bien podría ser sus padres. Algo que anteriormente pasó desapercibido para él llamó su atención, justo al frente del piano en el suelo había como una especie de gorro, debía ser imaginó para depositar monedas. Los tres sin darse cuenta el sabio se acercaron al gorro y el varón lo tomó del suelo. Parecía no tener gran cosa en su interior y esas personas se lo reprocharon a la niña. Parecían personas ambulantes, de las que muchas que venían al reino a estar unos días de paso.

El sabio, no sin quitarse de la cabeza el interés y la preocupación de esa música y del reproche de esas personas a la niña, prosiguió su andadura libre y anónima por el reino.

La algarabía proseguía aun por la tarde, incluso en el área de manufactura. Lugares donde días atrás la gente ocupaba su tiempo en sus labores, tenían ahora las puertas abiertas para que conocidos y extraños pudieran salir y entrar. No había miedo al pillaje ni a que nadie se llevara algo que no fuera suyo, cualquiera podía disfrutar de todo cuanto días atrás habían estado confeccionado, desde trajes pasando por utensilios de labranza, equipos de caballerías y elementos para equipar, confeccionar y reparar carruajes. En uno de ellos, alguien buscaba ayuda para reparar su carro. El sabio se detuvo a interesarse al ver que nadie le prestaba atención.

La preocupación que le daba ver que nadie atendiera a esa persona hizo que el sabio saliente tomara las riendas de la situación y como si suyo fuese aquel lugar, se dispuso a atender la necesidad de aquella persona que deseaba que le ayudaran a reparar su carruaje. La cara sorprendida de aquel solitario transeúnte que vio como un extraño empezó a atenderle no se hizo esperar, y el sabio, sin mentirle en su respuesta, se adelantó a su pregunta expresando que era buen amigo del dueño del lugar y que tenía todas las facultades para poder atender a las personas que quisiera en su lugar.

El carro estaba algo alejado del taller donde momentos antes se conocieron, como a diez minutos caminando, pero no era problema para el sabio, llevaba caminando durante todo el día pero ni hambre ni cansancio sentía. Salieron juntos en dirección al carro no sin antes presentarse. Esta vez si el sabio mintió dando un falso nombre a aquella desconocida persona.

Al llegar el sabio vio apartado del camino aquel carro con una rueda si y la otra también, pero con tal avería en la del lado derecho, que cojeaba. La ausente cuarto de rueda estaba hecha trizas metros antes de donde había quedado detenido. El carro no necesitaba una reparación, sino una rueda totalmente nueva. El sabio pudo reprender a aquella persona de mediana edad por no decir realmente lo que le sucedía al carro, podría haber llevado utensilios acordes a lo sucedido, pero entendía el nerviosismo de esa persona y no lo hizo, únicamente le pidió que permaneciera allí pero esa persona decidió no hacerle caso y regreso con él.

De vuelta al lugar donde atendió a esa persona, el sabio saliente estudio los detalles del carro y de esa persona con la intención de poder saber qué tipo de carro era y que rueda necesitaría. Al llegar a la tienda, ambos revisaron las ruedas ya construidas y después de mucho mirar, dieron con una lo más parecida a la que necesitaría. El sabio y esa persona tentaron a la suerte llevándose la rueda que ambos decidieron seria la buena, la luz de la estrella no tardaría en dar paso a la noche cerrada y dificultaría toda la labor. Del dueño de aquel lugar, ni señas.

Con bastante esfuerzo, ambos consiguieron llevar esa rueda junto con las herramientas. Casi tan alta como ellos, uno solo no habría podido ni en sueños transportarla, el sabio agradeció a aquella persona no haberle hecho caso. Y es que a veces los sabios también se equivocan.

Con mucha maña ambos consiguieron en un tiempo razonable y a las puertas del ocaso, sustituir aquella rueda malograda. La persona que vio arreglada su carruaje no pudo contener la alegría al ver que podría proseguir su camino, pero viendo que ya se había echo de noche, compartió con el sabio la intención de permanecer en el reino. Preguntó cuánto se debía al sabio, y este, sabiendo que no tenía lugar alguno donde pasar la noche, le dijo que compañía era lo que necesitaba. La persona que escuchó la respuesta volvió a mostrar la misma cara que cuando se conocieron pero dio esta vez sí respuesta con palabras al sabio, ya que este solo mostró cara de no saber que más decir:

«¿Será suficiente con pagarle una noche de estancia en el hostal donde me quede a dormir?»

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lugoilmer

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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