A pesar que la mañana amaneció nublada y no acompañaba a salir a pasear, el puente nuevo concurrido estaba. Abundaban los carros que en dirección hacia la entrada del reino se dirigían, muchos más de los que salían. Aún metido de lleno en la celebración del siglo nuevo, se había añadido a esa efemérides, el día de la semana que había mercadillo, trayendo consigo aún más gente de la que por si había en el reino. Por la cantidad de transito que había, el sabio saliente estaba tranquilo, pasaba totalmente desapercibido. Estaba solo, se había despertado y decidió salir a andar dando una vuelta por los alrededores, pensó que sería bueno recolectar unas cosas y de paso ver si la situación era normal. La niña no le acompañaba, la había dejado durmiendo en el molino. Decidió darla de esa forma la oportunidad de despertar y hacer lo que deseara. No quería despedirse de ella, llegar y ver que no estuviera allí seria menos doloroso.
Trataba de no pensar más sobre ella, y cuando lo conseguía, pensaba por que se inmiscuía tanto, no se reconocía, momentos pensaba en dejarla a su suerte y otras trataba de discurrir que hacer para dejarla en buen lugar. Observaba todo a su alrededor, tratando de no perder detalle si algo de lo que sucedía estaba relacionado con la acción de ayer, si hubiera alguien investigando sería algo preocupante.
Echó a andar y pensaba que quizás siendo de las últimas cosas que llegaría a poder hacer, debería poner todo su esfuerzo. Pensaba también que no tenía otra mejor cosa que hacer hasta que llegara su momento final. Pensaba y pensaba, sin perder atención a todo cuanto le rodeaba. Llegó al final del puente y continuó caminando, no regresaría de inmediato al molino, seguirían andando hacia el cruce, necesitaba tomar una decisión en firme y regresar de inmediato no le ayudaría.
Iba caminando por la izquierda de la vía y los carros que pasaban a buen ritmo por su derecha, al llegar el cruce la gran mayoría giraban a la derecha, dirección al reino, y fue entonces en el cruce donde vio un carro parado, apartado de la vía principal que venía del reino. Era un carro bastante grande, muy parecido al de la niña. A lo lejos el sabio saliente veía a alguien sentado, consultando un mapa. Dedujo que estaba perdido y que posiblemente necesitaría ayuda, así que aligeró el paso.
Consiguió llegar a la vía, miró a ambos lados y cuando vio el momento oportuno, cruzó y fue hacia la persona que había subida en el carro. Este levantó la vista y vio a esa persona completamente desconocida que era el sabio saliente dirigiéndose hacia él. El sabio saliente fue el primero en hablar, preguntó si podía ayudarle en algo, a lo que respondió afirmativamente esa persona que seguía con el mapa en la mano. Le dijo que necesitaba regresar a poniente pero no tenía muy claro que camino sería el más indicado, si seguir de frente o girar a la izquierda. El sabio saliente sin mirar el mapa sabía la razón de sus dudas, ir de frente era más corto pero más irregular, y el camino de la izquierda, el del puente, era más largo pero menos sinuoso. Entonces le contestó que todo dependía de la prisa que tuviera, de la carga que llevara y lo mucho que estuviera dispuesto a castigar a sus caballos. A la conversación se unió una persona más que estaba colocando las cosas dentro del carruaje, por lo que contaba, parece que un mal bache había descolocado las cosas dentro y habían aprovechado la parada para colocar todo de nuevo. Parecían mercaderes, y le resultó raro que siendo mercadillo hoy, se marcharan. Carga llevaban más bien poco y prisa bastante, contestaron, pero los caballos eran mayores y no era conveniente darles mucho castigo.
A su mayoría de edad se les unía el cansancio que llevaban encima, y no habían recorrido apenas distancia, sabía que cualquiera de las dos opciones les supondría mucho esfuerzo. Pobres pensó, y miró hacia el suelo buscando algo, pero no lo encontró. Entonces se dirigió al que estaba subido con el mapa y le dijo que la mejor opción para que pudieran llegar en un tiempo prudente era ir por el camino corto, pero debían parar a dejarles descansar un buen rato y darles de comer de las hierbas que había en el sendero. El camino largo no tenía ese alimento ni sitio donde descansar y casi llegando al final tendrían que parar demasiado tiempo a que se recuperaran. El corto era el mejor siempre y cuando esperaran a que descansaran bien descansados, sino posiblemente no llegarían hasta el día siguiente. Entonces el hombre le dijo si podía hacer el favor de señalarle en el mapa el lugar donde debían detenerse, lo desplegó del todo y el sabio saliente le indicó exactamente el sitio donde debían detenerse y hasta donde debían de comer. Les dijo que eran unas hierbas revitalizantes pero de digestión lenta, que por eso debían de darles tiempo a que recuperaran fuerzas. Los hombres entendieron perfectamente las órdenes del sabio saliente y mientras el que seguía subido le daba las gracias, el otro fue a la parte de la carga. Al cabo de un momento volvió con lo que parecía una saca alargada y se la ofreció al sabio saliente como regalo por la ayuda. El sabio saliente, que reconocía perfectamente de qué se trataba, una y otra vez trató de negarse, y para colmo de pasar ese apuro, ellos se disculpaban por no poderle ofrecer algo mejor, pues sin darse cuenta el sabio saliente les había ayudado demasiado. El sabio saliente decidió aceptar el regalo pues no quería tampoco hacerles perder más el tiempo.
Estando ya ambas personas subidas al carro se despidieron del sabio saliente y se incorporaron a la avenida. El sabio saliente se echó a la izquierda de manera que pudiera ver los carros venir de frente y prosiguió a su vez su camino, con una especie de bolsa grande de tela en sus manos. Decidió que si la niña seguía allí esperándole, lo abriría para ver juntos que contenía. El rato que había estado con esas personas sirvió al sabio saliente para traer al recuerdo las ocasiones que había tenido que hacer ambas rutas en carro, lo mucho que conocía los parajes de los exteriores de reino y las innumerables ocasiones que había aprovechado para bajar y recolectar hiervas medicinales, o como había ido a la zona en busca de remedios para los pastores. De todos los sabios que ha podido conocer, ha sido seguramente el que más ha viajado.
Ensimismado recordando tiempos pasados, el caminar del sabio saliente le había llevado justo en la cuesta donde la noche anterior se quedó a esperar. Se detuvo y vio el árbol enorme donde se había recostado. No le quedaba más remedio que seguir adelante para salvar el desnivel escarpado que solo un gato experimentado directamente podría salvar. Había estado sorprendido días atrás de la ingente cantidad de personas que había en el reino, pero seguramente no tendría nada que ver con la que se debía estar preparando con semejante trasiego de carros. Sintió sin quererlo ni esperarlo alivio de no ser uno más de los sabios, ese día de la semana era de tal cantidad de trabajo que no daban abasto y en las fechas en las que estaban, debía ser seguramente peor, y con el nuevo recién incorporado, todavía más complicación. Él ahora tenía a su cargo a una persona y le estaba suponiendo un trabajo enorme decidir que hacer con ella. De momento, iría a su encuentro y decidiría que hacer si aún le esperaba.
Consiguió llegar al final de la cuesta, cruzó la avenida con precaución y fue a pasar al caminito que le llevaría al árbol que a su vez le llevaría al río y del río al molino. Sin planteárselo, alegremente ya había trascurrido media mañana caminando y se notaba el cansancio en su cuerpo, pero la idea de encontrarse con la niña y la tranquilidad del lugar le daba el impulso necesario para seguir adelante. Una bolsa de tela de contenido desconocido pero de procedencia más que clara, llevaba en la mano, quizás la hiciera ilusión descubrir que había en su interior. Era de largo como su brazo y de ancho como su mano y había al tacto cosas varias dentro. Esas personas tenían pinta de ser comerciantes y seguramente esa bolsa era parte de una operación comercial que habrían echo y que no esperaban sacar gran cosa al cambio.
Llegó al río y giró a la izquierda. Continuó caminando al borde del río, un cielo más bien encapotado le seguía observando desde arriba. Era una suerte que fuese así, no quería un día caluroso como ayer, y no parecía fuese a llover tampoco. El río tenía el mismo cauce de ayer con lo cual no había riesgo de que fuese a entrar dentro del molino. Siguió caminando con él de acompañante a la derecha, y sin darse cuenta comenzó a silbar, estaba contento, quizás daba por hecho que le estarían esperando. Era una ilusión nueva para él, bien es cierto que siempre ha estado rodeado de personas, pero les movía un interés o no les quedaba más remedio, pero la niña sin embargo había decidido quedarse con él. El sabio saliente seguía caminando y dejó de silbar, pensó que había sido bonito haber hecho ese acto de bondad rescatándola de sus padres y lo había pasado bien tocando con ella, y los aplausos, pero debía cortar ahí, y pasar los dos días y este que había empezado, totalmente libre de carga alguna.
La lucha interna de sentimientos continuaba en el corazón y la mente del sabio saliente, que se aproximaba al molino. Descendió hacia el cauce del río, y caminó un buen rato hasta que comenzó verlo a lo lejos el molino. Era visible pero ni rastro de la niña por los alrededores. Seguía avanzado, a paso lento, con la mezcla de sentimientos enfrentados y una bolsa entre manos. No tenía nada de dinero, sin dinero no puede sustentar a nadie y menos a una niña, debía dejarla a buen recaudo y que mejor que los propios sabios, quizás sería bueno ir a visitarlos, pero quizás no le atenderían, quizás estarían muy ocupados, tampoco puede entrar ya. Que hacer, se preguntaba, y caminaba. No hay tiempo de enseñarla nada, y caminaba, tenía la sensación que se acabarían sus problemas si no estuviera allí. Llegó al molino y lo bordeó, fue a la entrada y nada, solo estaban los restos de ayer de haber descansado.
El desconcierto del sabio saliente de golpe explotó al roce de una mano pequeña por su espalda, giró rápidamente y allí estaba la niña, que le dijo que el susto se lo tenía merecido por haberla dejado allí esta mañana, y el sabio saliente, con la mezcla de todos sus sentimientos aun latente, la sorpresa de encontrarla allí y el susto, a duras penas pudo salir de su boca decir que si quedaba algo de sabio inmortal en él, con semejante susto había desaparecido del todo. La niña se echó a reír y luego le dijo que le perdonaba, pensaba que ya no volvería más pero que al final si había regresado. El sabio saliente se quedó sin saber que decir.
La niña no esperó a que el sabio saliente volviera de su shock y pudiera expresar que sentía o que tenía en mente pues sus ojos pararon en lo que traía el sabio saliente en la mano y le preguntó que era, este vio el cielo abierto y volvió en sí, y le dijo que unos mercaderes a los que había ayudado de regreso se lo habían regalado como agradecimiento.
La niña le preguntó si podrían mirar que había dentro y el sabio saliente le dio respuesta afirmativa y dijo que buscara un sitio donde poder volcar todo, que ni él mismo sabía que había dentro. Había un pequeño claro en la parte trasera del molino así que fueron allí y se sentaron en el suelo, uno en frente al otro. Entre medias comenzaron a volcar al suelo todo el contenido de la bolsa, y salió cosas de lo más variopinto, desde canicas, monedas antiguas, tres palos alargados que aprecian de cristal, pasando por una bolsita pequeña con cierre de cordón, unos cordones de zapatos, un anillo… el sabio saliente tenía todavía más claro de que se trataba aquella bolsa: los enseres de algún difunto que seguramente fueron entregados a modo de pago para saldar alguna deuda. Se lo hizo saber a la niña, por si a ella le causaba pesar usar o tocar algo que de alguien que ya no estuviera en este mundo, y ella dijo que no había problema ninguno, así que ambos eligieron a la vez ver con detenimiento cosas distintas, el sabio saliente fue a por las monedas y la niña a por los palos que parecían de cristal.
El sabio saliente no cabía en su asombro, entre sus manos tenía tres monedas antiguas con grabados en idioma antiguo que supuestamente no debían estar en sus manos pero que si lo estaban. Leía claramente las inscripciones del valor de la moneda y la fecha en que habían sido acuñadas, las dos eran doradas solo que una era más pequeña y tenía perforado el centro. La única forma de que pudiera haber esas cosas en sus manos es que fuesen las posesiones de un sabio muy antiguo. Miró a la niña y vio como estaba tratándose de poner de adorno en el pelo, dos de las tres barritas de cristal que había cogido. Trataba de hacerse como un moño y el sabio saliente, disimulando su asombro por las monedas, le dijo que si estaba tratando de hacerse un moño y ella la dijo que si, y él se levantó y le dijo que él sabía hacerlos y que le dejara ayudar. La niña dijo que por favor la ayudara, conque se puso detrás de ella y comenzó a trabajar su melena haciéndole un moño que se sujetara con esos adornos. La niña le dijo que eran muy bonitos y el sabio saliente, que sabía que eran aquellas cosas, le dijo que seguramente nadie en todo el reino tenía unos adornos así de bonitos.
Ambos se miraron y se rieron, y luego la niña le preguntó si había algo de provecho, y dijo que había cosas que se podrían vender en el mercadillo y sacar algo de dinero. Aprovechó la pregunta el sabio saliente para decirla que tenía algo planeado para dejarla en buena situación en el caso que el dejara de estar allí. La niña cambió de cara y le dijo que no quería que pasara eso, y el sabio saliente, tratando de ocultar sus sentimientos, le dijo que iba a preparar algo especial para poder conseguir un beneficio extra. Trató de cambiar con ello de tema de conversación, y lo consiguió, ya que ella le dijo que cosa seria, pero el deseo y la cara de tristeza de la niña tocó algo dentro del sabio saliente.
El sabio le dijo que le diera el bolsito pequeño y que el resto de cosas menos el cincel, lo metiera todo en la bolsa. La niña le dijo si se podía quedar el adorno que sobraba y el sabio saliente le dijo que sí. Entonces ella cogió y se lo puso en el pelo de una manera ridícula, haciéndole reír un poco al sabio saliente, y este le dijo que iría a recoger algunas hierbas por los alrededores con la idea de preparar una crema curativa y olorosa para poder sacar dinero extra. La niña le dijo que era buena idea y también le preguntó si llevarían la bolsa para vender lo de adentro, y le dijo que no. La niña le dijo que quería ayudarle a recoger las hiervas y él le dijo que por favor. Entonces ella recogió las cosas excepto la bolsita y el cincel, que se los dio al sabio saliente, y luego marchó al molino. El sabio saliente puso sus pasos en dirección a la zona de matas y arboleda cercana al río. Cuando ya había pasado por a lado del molino, la niña salía de él sin la bolsa y juntos fueron a coger las hierbas.
El sabio saliente llenó el aire de palabras complicadas según iba explicando a la niña que era cada una y las utilidades que tenía, y cada hierba que explicaba, hierba que cogía, todas sin excepción, era intrigante por momentos que iría a hacer con todo semejante ramillete que iba formándose entre las manos de la niña. Cuando ya por fin el sabio saliente vio completada la recolecta, la niña llevaba un buen fajo de hierbas y ramas y frutas que a duras penas podía transportar. Cuando la niña pensaba que ya había visto lo más increíble, le quedaba aún por ver lo más espectacular.
El sabio saliente le pidió a la niña que fuese al molino mientras el iría al río a coger algunas piedras que le iban a hacer falta. La niña le hizo caso y fue hacia el molino y el sabio saliente fue al río, donde cogió varias piedras pequeñas y una más bien grande. En el suelo las coloco de manera que pudo cogerlas todas y llevarlas de un solo viaje a donde le esperaban. Cuando llegó al molino le pidió a la niña que no olvidara el cincel y llevara las cosas a donde antes habían volcado el contenido del bolso grande.
Ambos ya allí, el sabio saliente coloco las piedras alrededor de la más grande y puso en el suelo todas las hierbas. Comprobó que efectivamente el bolsito pequeño era impermeable por dentro y viendo que si, comenzó a coger las hierbas y a triturarlas con las piedras y el cincel a una velocidad que la niña que estaba de rodillas, no podía dar crédito. A pesar de que el sabio saliente trataba de ir explicando que iba haciendo, la niña no podía seguir el ritmo de todo cuando iba haciendo. Era increíble incluso que el sabio saliente pudiera hacer todo eso y hablar a la vez, pero lo hacía con una naturalidad digna de alguien que habría nacido con ese don. Cando acabó, introdujo el espeso contenido dentro de la bolsita, y le dejó oler a la niña. No hizo falta acercar mucho la nariz para poder disfrutar de un olor fuera de lo normal que daba gusto oler y que según estaba contando el sabio saliente, era un perfume que también servía para curar cicatrices, y que con un poco aplicado en el cuerpo, el buen olor duraría para todo el día. y era cierto, porque sus manos emanaban ese olor que había conseguido mezcla de todo cuanto había cogido de su alrededor. Era bien seguro que obtendrían un buen precio por ello si el sabio saliente tenía también buenas dotes de comerciante.
Dejaron en el molino la bolsa grande con todas las cosas que había dentro, la niña dejó afuera solamente una de las varas de cristal que antes se había puesto en el pelo y los dos salieron rumbo al reino. El sabio saliente había ocultado en todo momento las verdaderas intenciones a la niña, él ya tenía decidido qué hacer con el dinero que fuesen a obtener, si acaso sí que trataría de darse un pequeño capricho. Según iban andando, la niña se iba fijando en todos los lados, el sabio saliente sabía que era muy inteligente y seguramente trataba de memorizar los alrededores para poder volver en caso de que la dejara tirada. El silencio así al sabio saliente le asfixiaba un poco y trataba de buscar un tema de conversación con el que romperlo. La preguntó si tenía hambre y la dijo que bastante, y él le dijo que no se preocupara que harían por comprar algo de comer nada más conseguir dinero. La niña le preguntó si con tan poco podrían sacar mucho dinero y él le dijo que solo esperara y que iba a ver como sí.
La niña le preguntó por lo que habían dejado ahí el resto de cosas y él le dijo que se puede sacar en cualquier momento dinero con ello pero que era mejor no llevarlo hoy precisamente, que en tal caso de ser necesario, la semana que viene se pasara a recogerlo. La niña le dijo que sería mejor hacerle dinero ahora y él le dijo que hasta incluso llevando eso en el pelo era peligroso, pero que en principio nadie se debería dar cuenta. Ella se llevó la mano al moño y le preguntó si el sabía lo que era y él le dijo que si, que antes de dejar ser sabio tenía un juego igual.
Se hizo el silencio, el sabio saliente miró a la niña según caminaban por los campos, y la preguntó que la gustaría comer, y se le iluminó la cara, le dijo que le gustaría comer una manzana dulce, un buen plato de arroz y, si era posible, berenjenas encurtidas. Entonces el sabio saliente la miró de arriba abajo y ella entendió rápido por qué lo hacía y le dijo que tenía mucha hambre y que aunque era pequeña, seguramente podría con todo. Y luego ella le preguntó al sabio saliente si le gustaría también comer algo y le respondió que al oír arroz ya se le había abierto el apetito y que con unos huevos fritos revueltos estaría más que servido.
Hablar de hambre y de comida hizo que el trayecto del molino a la entrada del reino pasara en un santiamén, ni las personas caminando a su alrededor ni el entorno les sacó en ningún momento de su distendida conversación. Cuando se detuvieron, estaban a la entrada del reino, y el sabio saliente pronto la dijo que sabía del lugar adecuando donde poder sacar buen redito de la mercancía tan suculenta que habían preparado.
Tal y como esperaba que sucediera el sabio saliente, el reino con el día de mercadillo, la celebración del siglo nuevo y la entrada del nuevo sabio, estaba concurrido a no da más. La avenida ya por ahí comenzaba a disponer a ambos lados puestos de los mercaderes ambulantes. Los que no disponían de tanto, se ponían en la calles menos concurridas, en el suelo como buenamente podían. La niña tenía bastantes papeletas para que se pudiera perder así que el sabio saliente le pidió que le cogiera de la mano, tenían además que andar un poco hasta llegar al puesto donde podían hacer dinero lo que había preparado. La niña le dijo que no era necesario ir tan aprisa, que le gustaría ir a dar una vuelta y el sabio saliente accedió de buen agrado.
Era inimaginable lo que podía encontrarse por todos lados, las calles que días antes habían estado llenas de gente bailando y charlando y disfrutando del día, estaban ahora aún más concurridas y llenas de personas tratando de intercambiar bienes o vendiendo. Algunos portaban carteles que andaban buscando una cosa en concreto, otros portaban la mercancía a pie y andando iban vendiéndola a quien deseara comprarla, principalmente comida. El sabio saliente recordó que habían hablado de la manzana dulce y se sentía un poco mal pasando al lado de esos puestos y no darle el gusto a la niña.
Se apartaron de las vías principales, y fueron por las calles que en principio debían ser menos transitadas, pero estaban de la misma manera que las grandes. El sabio saliente no se lo esperaba y se quedó clavado en el suelo sin percatarse de la pareja que venía por su lado, que iban distraídos y tropezaron con la chica, que fue a parar al suelo. En un acto reflejo inusual del sabio saliente, al ver a la niña caer, se echó mano a la parte trasera de su cabeza y ya, cuando casi estaba a punto extraer la aguja, vio que la niña estaba bien y que esas personas se estaban preocupando por ella. Las personas hablaban con la niña pero el sabio saliente estaba como en estado de alerta y escuchaba pero no llegaban las palabras al cerebro, y ya sintió un tironcillo familiar en la mano y volvió en sí. Escuchó que si estaba bien y el sabio saliente miró a aquella pareja de jóvenes y luego a la niña y dijo que si, que estaba bien. Aun sostenía en su mano izquierda la bolsita con el preparado, así que se tranquilizó. La pareja joven les pidió disculpas y el sabio saliente vuelto ya en sí, dijo que no se preocuparan. Llamó la atención del sabio saliente de la mujer, unas heridas en el cuello y en el rostro, pero el seguía tratando de volver en sí, la niña era quien estaba hablando con ellos. Cuando parece que se estaban despidiendo, en la cabeza del sabio saliente surgió una idea. Habló, pidió a la mujer joven si podía ayudarla con las heridas de la cara, y ambos se sorprendieron y se miraron, hombre y mujer dijeron después de eso que si, como si no perdieran nada por decírselo.
El sabio saliente abrió la bolsita y metió el dedo pequeño, cogió un poco de la crema que habría preparado, pidió permiso a la mujer y le aplicó un poco por las heridas de la cara y el cuello. El sabio saliente se retiró un poco y le preguntó a la mujer que sentía, y decía que le picaba un poco, pero que también como alivio. Entonces, el hombre, su pareja, que la miraba, se quedó sorprendido, las heridas de la cara y el cuello comenzaron a cerrarse de forma milagrosa. El sabio saliente no sentina sorpresa ninguna, sabía que iba a surtir ese efecto, miro a la niña y luego les dijo que lo aceptaran de agradecimiento por el choque que habían tenido, se despidió de ellos, cogió a la niña de la mano y se marcharon.
La niña estaba asombrada con el resultado de la crema y el sabio saliente le iba diciendo mientras caminaban, que surtía distintos efectos dependiendo de que parte del cuerpo la aplicaras y si era una quemadura o una herida superficial. Le dijo que si aplicabas detrás de las orejas aumentaba la lívido y que en los sobacos podía se activaba los componentes de olor y funcionaba con una colonia que podría durar hasta semanas. Mientras el sabio saliente iba contándole las propiedades del preparado, caminaban entre las gentes que seguían sus quehaceres diarios en un reino que aun con un día nublado, la gente se había animado a venir como todas las semanas. Esta vez en concreto era muy distinta, él era quien estaba por el reino como sabio pero incógnito, sin nadie que le conociera salvo la niña que le acompañaba.
El sabio saliente seguía con la explicación de la crema incluso habiendo llegado al puesto donde debían hacer la venta, había bastante gente esperando allí, aguardando su turno. Era un puesto de remedios que también vendían especias, abalorios y todo tipo de cosas pequeñas. El puesto tenía como nueve pasos de largo y mostraba todo tipo de cosas con sus carteles correspondientes y sus precios, todo minuciosamente colocado. Dos personas mayores atendía a los clientes que esperaban su turno.
Según estaban esperando a que les atendieran, el sabio saliente le dijo a la niña que estuviera atenta, que podría suceder. Esperaba que no lo recordara pero la cara de la niña expresó todo lo contrario, y se puso a mirar a todos lados. Se encontraban en una plazoleta con una fuente en medio redondea, con cuatro chorros de agua, uno en cada dirección cardinal. Bordeando la fuente, a una distancia amplia y respetando la forma redonda de la plaza todo lo que podían, varias casa bajas pequeñas, siete en total. Como buscaba una entrada secreta, trataba de mirar a las puertas de esas casas pequeñas, era lo único parecido a lo que podría ser una entrada secreta. La niña miraba al sabio saliente pero este estaba concentrado en no perder el turno entre tanta gente, así que no habría pista por su parte. Volvió a mirar a la plaza, gente pasaba de aquí para allá, todo normal y nada indicativo de que alguien estuviera haciendo nada fuera de lo normal. Lo que si no sucedía era que nadie entraba a las casas, pero por las ventana se veía algo de actividad. Abiertas en su amplia mayoría, se dejaba ver el interior y se veía en algunas, gente haciendo sus quehaceres. La niña se preguntó si a nadie le importaba su intimidad. Volvió a mirar el sabio, que había avanzado un poco, su turno se aproximaba, quedaban dos personas por delante, se puso a su altura y miró de nuevo al sabio saliente. Ya no sabía si el momento había pasado pero quería seguir intentando ver eso que tanto la intrigaba.
Volvió a mirar a la fuente, la gente seguía pasando de aquí para allá pero nada sospechoso. Alguien salió de su casa, la de más al fondo, giró a la derecha y fue todo recto calle abajo. De esa misma calle, un niño de su edad cargado con unas bolsas se cruzaba con la persona que momentos antes salió de la casa. Miró a la cola y vio que ya solo quedaban ellos y alguien más. Volvió a mirar a la fuente y luego al niño que cargaba con las bolsas. Este estaba dirigiéndose hacia la casa de la persona que había salido antes de ella. El niño entonces pasó una de las bolsas a su mano izquierda, sosteniendo con ella las dos, luego miro a todos lados, abrió la puerta y se metió para dentro. Sospechoso. Momentos antes se cruzó con esa persona y no se saludaron y al entrar, miró para todos lados. La niña se desentendió del sabio saliente y fue hacia la casa tan rápido como pudo, a asomarse a la ventana. Desde lejos la estaba viendo y cuanto más se fue acercando, más claro estaba teniendo que el niño no estaba dentro de la casa. Era imposible que se haya desvanecido.
Llegó a la ventana y se asomó descaradamente adentro, no había nadie, no se oía actividad alguna. Con todo el descaro del mundo, la niña se metió dentro de la casa y a voz alta empezó a disculparse y a preguntar si había alguien dentro, pero nadie contestaba. La entrada era una salita pequeña con una puerta al fondo a la derecha, que estaba abierta, y de la esquina de la derecha unas escaleras daban acceso a lo que podría ser el desván o el dormitorio. Al no contestar nadie, la niña cogió y salió de la casa. A lo lejos veía al sabio saliente que ya le estaban atendiendo, estaba muy enérgico mostrando el contenido de la bolsa, parece estaba tratando de convencer al dependiente que el producto era de lo mejor del mundo. La niña estaba convencida de que había visto la entrada secreta que días anteriores había oído hablar de ella. Echó la vista atrás hacia la ventana y luego a la puerta, y luego comenzó a caminar en dirección al puesto donde el sabio saliente estaba siendo atendido.
El sabio saliente estaba recibiendo el dinero cuando la niña se puso a su derecha, parece que había sido tan enérgica la transacción que ni se había dado cuenta que la niña se había ausentado. Cuando el sabio saliente cerró el puño, se llevó la mano al bolsillo y depositó dentro el dinero que había recibido. Miró a su derecha y allí estaba la niña, que le miraba con ojos de intriga. El sabio saliente la dijo que ya podían marcharse y ella le dijo que si había podido conseguir bastante, a lo que le respondió que le cogiera de la mano, que irían a dar una vuelta. Ella le respondió con el gesto y despidiéndose de los dependientes, se marcharon despacito en dirección por donde el niño misterioso había pasado.
Cuando ya había una distancia prudente y podía hablar sin que los dependientes escucharan, el sabio saliente vio el momento de contestar a la niña, le dijo que había sacado más de lo esperado, y la niña le preguntó si irían ahora a comprar algo de comer, y el sabio saliente le dijo que iban directos a comprar la manzana de caramelo. La niña se alegró mucho y le dijo que si podían ir después a comerla a la plaza donde habían vendido la crema, y el sabio saliente le dijo que si había elegido ese lugar por algún motivo en especial, y le contestó que la parecía un lugar tranquilo donde poder sentarse a comer.
Recorrieron algunas calles y transitaron por una avenida principal hasta que llegaron al puesto de las manzanas, donde eligieron las dos más apetitosas. El sabio saliente entregó a la niña una y con la izquierda se hizo cargo de la suya. Miró al cielo en busca de la hora y vio que la estrella conseguía salir a ratos de entre las nubes y que era ya más de medio día. Le dijo a la niña que irían a comerla manzana donde habían dicho y que después de eso irían a comprar las cosas que tenía en mente. Empezaron a caminar y la niña le preguntó que era lo que tenía en mente, a lo que él le contestó que una carta de recomendación, a lo que la niña le preguntó si comprarían papel y lápiz con que escribirla. El sabio saliente miró a los adornos del pelo de la niña y la contestó que algo así sería, sería una carta con la que podría encontrar una buena familia de acogida con la que poder vivir tranquila. Ella dijo que si en verdad no podían hacer nada de nada por hacer que él no faltara, y el sabio saliente dijo que nada, que había que tratar todo lo posible por dejarla en buena posición. La niña seguía insistiendo, ella no quería estar con otra persona, la niña tenía claro que ese era su deseo, pero el sabio saliente sin poder hacer nada al respecto, mantenía su postura tratando de convencerla que era lo mejor para ella.
Dialogaban sobre ello de modo tranquilo tratando de convencerse mutuamente y sin darse cuenta llegaron a plaza de la fuente, el tendedero de productos variados y la casa donde había entrado el niño. Caminaron hacia la fuente y en el reborde, mirando hacia la casa donde había entrado el niño, se sentaron. Ella a la derecha del sabio saliente, le miraba, esperaba a que comenzara a comer para empezar ella. El sabio saliente comenzó a comer sin darse cuenta que ella esperaba que lo hiciera, y así, con el primer bocado, que a ambos le supieron a gloria, consiguieron por un momento olvidar de lo que estaban hablando. El sabio saliente comenzó a tararear la pieza que tocaron juntos en la posada y la niña le siguió tratando de tararear al son de él, y fue cuando por fin sus miradas se volvieron a cruzar allí sentados en la fuente.
Cuando dieron varios mordiscos a las manzanas, comenzaron a hablar pero ya más del lado del recuerdo. Las manzanas pasaron a un segundo plano y cobró protagonismo el recuerdo de cómo se habían encontrado. La niña y el sabio compaginaban sus estados de ánimo, cuando era momento de reír, reían, y cuando era momento de tristeza, ambos lo mostraban sin tapujos. La manzana del sabio ya iba por la mitad y la de la niña apenas tenía cuatro mordiscos. Hablaban de todo un poco pero de los padres no, de los padres nunca hablaban, ambos en todo momento habían evitado hablar de ellos.
El sabio saliente le dio otro mordisco a la suya y miraba como la de la niña descansaba en su mano derecha. traba de recordar más cosas con la mirada fija puesta en la manzana de ella y pudo ver con toda claridad como a plomo esta caía al suelo, y el sabio saliente ipsofacto descubrió el motivo, la niña estaba cayendo hacia atrás, pero no de manera accidental, dos brazos que la rodeaban por la cintura tiraban de ella. Reaccionó abruptamente, dejó caer la suya al suelo y como un rayo su mano rápida fue a su cogote, rampló con la aguja y la clavó en uno de los brazos que tiraba de la niña. Se levantó rapidísimamente con intención de hacer algo más pero solo pudo ver cómo era llevada. No cayó a la fuente, la niña simplemente desapareció. No le dio a tiempo a más. El agua seguía como si nada circulando dentro de la fuente, la gente al rededor seguía sus quehaceres, nadie se había dado cuenta que su acompañante se había desvanecido. De pie un poco con el cuerpo erguido, trataba de observar justo donde había estado la niña y solo pudo encontrar las manzanas caídas al suelo y un papel próximo a ellas.
Se agachó, pero no para tratar salvar alguna manzana, sino para recoger el papel sospechoso. Se incorporó y comenzó a ver detenidamente como era. Se trataba de un papel más bien duro, del tamaño del dedo gordo de la mano de un adulto que disponía de una banda negra por un lado y por el otro tenia inscripciones en idioma antiguo. Estaba incompleto, como cortado quien sabe si por la mitad, y ofrecía algunos datos que entendía perfectamente. Se sentó. Trataba de hacer como si allí no hubiera sucedido nada, aguantando la sensación de impotencia por no haber podido impedir que se llevaran a la niña y de estupefacción por todo lo que había sucedió. Lo examinaba con cuidado, dándole la vuelta por un lado y otro, una falsificación no era, nadie puede hacer una de algo que nadie sabe que existe. De la incredulidad seguía dándole vueltas, y cuantas más vueltas le daba, menos crédito estaba dando y más inverosímil resultada la idea que le comenzaba a circular por la cabeza.
Miró al cielo, para sus cuentas aún había menos de medio día para que llegara la noche. Se tocó el bolsillo, sonaba el tintineo de las monedas recién conseguidas. El cielo presentaba menos nubes que es mañana, algo que le beneficiaba. Con todo a su favor, solo necesitaba dos cosas y ponerse en marcha, tenía ante sí una aventura con la que resolver todas esas dudas, y quien sabe, hasta traer a la niña de vuelta. Si era solo algo con lo que llenar los días que le quedaban, solo lo sabría al final.
Se puso en pie y marchó solo calle abajo, justo por donde había venido con la niña momentos antes, necesitaba comprar las mismas cosas para redactar la carta, solo que le daría distinta utilidad. Necesitaba algo más aparte de eso, que esperaba encontrarlo cuando regresara al molino. Había un elemento que podría jugar en su contra, y es que no quedara en el molino nada que fuese de la niña pequeña, tendría muchas dificultades una vez comenzara. Justo en ese momento recordó las dos baritas que uso la niña para hacerse el moño, y como unas como esas se habían quedado en el castillo de los sabios cuando tuvo que abandonarlo.
Normalmente los sabios contaban con sus propios utensilios de escritura, unos con los que redactar documentos oficiales, pero si la ocasión no les permitía usarlos, aprendían otras técnicas alternativas. Gracias al dinero que había conseguido el sabio saliente y siendo día de mercadillo, podía hacerse fácilmente con ellos. Sabía perfectamente además donde poder obtenerlos y debía de darse un poco prisa pues necesitaba ese cielo tan desencapotado que justo en esos momentos había.
Era hora tarde de comer y aun así, los puestos seguían abiertos, normalmente no empezaban a recoger hasta que la estrella se escondía por poniente. Muchos se quedaban allí a pasar la noche y otros se marchaban. Los que concretamente quería visitar eran aquellos que marchaban antes incluso, y si se iban, tendría que pasar otra semana. El sabio saliente seguía caminando casi de manera automática por las calles del reino, yendo a tanta velocidad como las gentes que había y sus pies le permitían. Con la perdida de la niña, había perdido el placer de disfrutar el reino como venía haciendo días atrás. Se detuvo. Se preguntó si de verdad tenía que hacer eso por ella, de alguna manera debía sentirse libre, ya no estaba a su cargo, pero siguió andando, no quería fuese de esa manera, a donde seguramente había ido a parar no era el lugar más indicado para ella, debía de hacer por traerla de vuelta.
Había gente, gente andando, gente detenida en los puestos, gente disfrutando y bailando, era puro bullicio aquel día de mercadillo. Era incalculable la cantidad de personas que había, a pesar de que en el reino siempre reina la cordialidad, los problemas surgen por doquier y seguramente tardarían muchos días los sabios en solucionar todo cuando fuese surgiendo. El tenía un cometido que cumplir, posiblemente el último, que lo estaba haciendo aún sin saber si saldría bien, si obtendría rédito alguno, ni siquiera sabía si podría encontrar la niña, pero tenía dos días por delante para conseguirlo.
El tiempo corría en contra del sabio saliente, la tienda quedaba aun algo lejos y aun le quedaba un tercio por recorrer. La luz de la estrella le preocupaba, la necesitaba también, y debía tratar por llegar al molino lo antes posible. La zona del reino a la que iba era a las afueras, próximo donde días antes reparo la rueda del carro. Se trataba de un puesto ambulante de material de escritura y dibujo de lo más variado que pasaba por el reino, era muy frecuentado por los sabios que habían decidido decantarse por el arte. Las personas que regentaban el puesto ambulante era la cuarta generación de vendedores ambulantes, conocía bastante bien a toda la familia desde los tatarabuelos a los biznietos.
Seguía caminando, ya poniendo atención de los puestos, porque no tenían lugar fijo donde ponerse y era peor hoy con lo concurrido que estaba todo. Aun quedada bastante para llegar a su área de costumbre, pero no podía permitirse dejándolos atrás por error. Puestos de alfarería, de bisutería, de telas los que más, de todos los colores, puestos de alimentos preparado, carne, pescados, verduras, una inverosímil variedad de puestos bañaba la parte final de esa avenida principal del reino. Había puestos de escritura y se paraba a verlos, pero no tenían lo que andaba buscando. No solo estaba el hecho de no pasarse la tienda, debía de tratar de buscar la manera de llegar al molino desde donde se encontraba, cuando más avanzaba hacia las afueras, más angosto y largo sería el camino para llegar.
Sus pies no habían parado más que el momento de comer la manzana y ni siquiera la había podido terminar, le dolían pero debía aun andar bastante. El permanente sentimiento que le empujaba a proteger a la niña le tiraba. Seguía estando en su bolsillo el dinero y aquel trozo de papel, la pieza clave que le podría guiar a donde está, pero necesitaba algo de ella para que funcionara perfectamente o posiblemente su esfuerzo no tuviera la mínima oportunidad de fructificar.
Seguía caminando y mirando a derecha y a izquierda, dio por fin con el puesto que andaba buscando. No daba crédito, quizás estaba todo tan cambiado con lo habitual que habría llegado antes de lo que pensaba. Trataría de resolver esa duda más tarde, primero debía comprar el material. Se dirigió al puesto, las dos chicas de costumbre estaban allí, él irreconocible le miraron y le atendieron como un cliente más, al cual le dieron buenas tardes y le dijeron que deseaba. El sabio saliente pidió una lupa y láminas de papel cebolla. La chica más pequeña de edad se agachó y sacó una caja que contenía las láminas de papel cebolla, la apoyó en un hueco libre que había en el puesto. El sabio saliente seleccionó varias láminas, que fueron cogidas por la otra dependienta. La más pequeña cogió la caja y la guardó mientras su compañera disponía las láminas en un rollo. Luego sacó una caja que igualmente puso en el hueco, era una caja con amplia variedad de tamaños de lupas. El sabio saliente se tomó un tiempo para elegir la más adecuada, y sobretodo fijándose bien en el precio ya que tenía más bien lo justo. Eligió una que era de grande casi como la palma de su mano y preguntó cuánto era todo. La mayor de todas echó las cuentas en un recorte de papel usado, que se lo dio al sabio saliente cuando acabo las cuentas. El sabio saliente se sintió extrañado, era menos de lo que había calculado, quizás le han hecho algún tipo de descuento. No sé quedo con las ganas de saberlo y se lo preguntó a las dependientas, y le dijeron que si, que habían aplicado un descuento por el siglo nuevo, y que si deseaba algo más, que aprovechara ya que únicamente seria hoy, a lo que respondió que con eso era suficiente. Entregó el dinero exacto y las chicas le dieron la lupa y las láminas de papel. Con un saludo y unas buenas tardes se despidió de ellas.
Decidido a llegar lo antes posible al molino, tomó la decisión de tomar el camino más corto, debía proseguir avenida abajo y antes de llegar al final, debía callejear nuevamente por callejuelas hasta ir a parar a las afueras del reino, cruzar recto por los campos de tierra, e ir a desembocar próximo al árbol donde descansó aquella noche. Era el único camino que podía tomar, cualquier otro pondría el tiempo más en su contra. Así hizo, comenzó a bajar aquella avenida llena de puestos y cuando pudo, se coló entre dos de ellos y comenzó a callejear por el barrio donde las casas estaban más apretadas, eran casas que de fachada parecían pequeñas pero por dentro contaban con un buen patio, solía ser el lugar donde se criaban los cerdos, ovejas, vacas. A pesar de que estaba todo sumamente limpio y bien cuidado, se podía apreciar el ligero olor de que allí había animales. Llego a la última de todas y como era de esperar, allí ya casi no había nadie, siguió su curso y comenzó a atravesar varios caminos pequeños de tierra. La vegetación era más bien césped y no era tierra más bien de labranza, era lugar para aquellos que les gustaba caminar haciendo ejercicio ya que ofrecía un lugar plagado de retos de subidas y bajadas. El sabio saliente trataba ir todo lo rápido que podía a pesar del cansancio y del terreno, justo empezaba la peor parte pero sabía si se esforzaba, pronto llegaría a la proximidad del árbol y de allí ya no quedaría mucho para el molino.
El sabio saliente calculó que para cuando llegara al molino, tendría la luz suficiente para poder usar la lupa, había trascurrido dos terceras partes del tiempo que tenía estimado que debía tardar en hacer todo el proceso. En su pelo ya no quedaban agujas, la ultima la había gastado en alguien que ni siquiera pudo ver su cara, tampoco es que le diera tiempo a ver más detalles, fue todo sumamente rápido, ni siquiera entendía como pudo haber sido tan rápido en llevar su mano ni tampoco ser tan preciso, ¿y si le había dado a la niña? ¿Por qué no tiró de la mano de ella y así evitar que no se la llevara? ¿Habrá algo de ella en el molino? ¿Podría llegar a su lado? El lugar al que iba a ir, las personas normales tenían las de perder, solo los sabios y los recaderos podían transitar sin riesgo esa parte del reino oculta a todo el mundo.
Las preguntas se amontonaban en su cabeza, sus pies no paraban de caminar y la respiración acelerada era constante. No se cruzaba con nadie, el sabia sería así, conocía todos los rincones del reino de sobra, podría trazar si quisiera, en papel con los ojos cerrados, con todo lujo de detalles, un mapa del reino. Ser sabio y tantos años le había otorgado una cantidad ingente de conocimientos. Los sabios ya estaban cuando él nació, y ha estado en su lecho más de la mitad del tiempo que se conoce existen, estaba muy satisfecho del trabajo que había llevado a cabo, no sentía ningún tipo de rencor ni pesadumbre de haber hecho algo mal, solamente ese último periodo no supo dar todo de sí y fue elegido para abandonar el grupo. Ser inmortal deseable para muchos quizás pudiera ser, pero ni siquiera eso es perfecto en esta vida.
Tenía casi todo el camino hecho, sentía que tarde o temprano, el árbol se vería a lo lejos, verlo seguramente le insuflaría nuevos ánimos para seguir. Tenía que centrarse ya se dijo a sí mismo, en seguir adelante, tenía que llegar a la niña lo antes posible. Seguía caminando esa cuesta arriba de un camino que parecía ya estaba llegando a lo alto de un cerro, desde allí seguramente podría ver el árbol. Oía solo sus pasos y su respirar, y de vez en cuando algún grillo y algún que otro gorrión volar por los alrededores, a pesar de la escasez de árboles en ese lado, alguno que otro se dejaba ver. El sabio saliente ya consiguió llegar a lo alto y si, desde allí la veía el camino y justo al lado el árbol, subido en toda la cima. Podía ir por dos caminos distintos desde ahí, ambos tenían su fin en la avenida principal de la salida del reino, eligió el de la derecha. Ahora era todo cuesta abajo, todo cuanto había subido ahora tenía que bajarlo, de subida no se hizo sufrido pero el desnivel ahora era más escarbado y debía andar con cuidado no tropezar y caer al suelo. Manteniendo el ritmo del caminar conseguía evitarlo y de paso reservar fuerzas para poder llegar a su destino. Desde allí podía ver, si su mirada se conseguía apartar del suelo, el trajín de carros de los mercaderes que ya regresaban a sus casas, el día de mercadillo se encontraba pronto a su fin y los que viven más alejados y no podían pasar la noche, debía partir temprano. A su espalda, el otro camino que iba a poniente seguramente ya estaba siendo cogido por las hermanas.
De un pequeño salto, el sabio saliente puso pies en la avenida principal, el árbol quedaba de frente a su izquierda, debía de nuevo como en esa mañana, ir dirección a la entrada del reino y subir de nuevo el terraplén hacia el árbol. Había echo todo un rombo de trayectoria en todo el día, se sentía cansado pero ya quedaba menos y no podía parar a descansar mucho. De nuevo comenzó a caminar, era el mismo recorrido de esa mañana, pero esta vez no tenía consigo una bolsa, tenía un rollo de papel y una lupa. Se había centrado tanto en sus pensamientos que no recordaba que tenía algo así consigo. No debía perderlo, lo necesitaba demasiado. Avanzó ya algo más sereno, ya estaba bien próximo, el molino, iba a ser su último punto de conexión con el reino, antes de ir al encuentro con la niña, que esperaba encontrarla antes de que se le agotara su tiempo.
El tránsito de carros era a la inversa de esta mañana, todos de salida. Iban de vuelta cada uno a su lugar de origen. Igual que esta salida, las tres restantes debían estar prácticamente igual. Mañana seguramente el reino regresaría casi a su normalidad. El cuándo salió del castillo pensó que pasaría toda la semana por allí, no tenía a donde ir, ni familia ni nada, esperaba llegase su momento de irse del mundo solo, en cualquier lugar del reino, sin más, pero ahora con este objetivo y todo cuanto había ido sucediendo, estaba siendo mucho mejor de lo que pensaba. Que la niña le dijera que quería quedarse con él, fue lo mejor que le había pasado, y saber que no podría para nada, le estaba carcomiendo. Esperaba al menos encontrarla con lo que tenía pensado hacer, y luego…
Cruzó la avenida poniendo precaución en los carros que venían de la izquierda, salió afuera de la vía y giró a la derecha, empezó a subir la rampa hacia el árbol y luego allí por el camino del árbol al río, giró a izquierda y anduvo el trecho necesario hasta encontrar la bajada que le dejaba en el cauce del río. El molino no quedaba lejos, debía ir y tratar de buscar algo de la niña, por mínimo que fuese. Con el río a la derecha casi llegando a sus pies, avanzaba decidido y pronto lo empezó a tener a la vista a lo lejos. No podía más, pero aun así echó a correr, pronto pasó por donde esa mañana hicieron la pomada e inmediatamente después ya por fin llego al molino.
Pasó dentro, donde había depositado la niña las cosas esa mañana y se arrodilló a buscar entre las cosas, con tan solo un cabello suyo tendría suficiente. Estaban las monedas y todo cuanto habían dejado esta mañana. Cogió las monedas antiguas y se las metió al bolsillo, las necesitaría. Siguió buscando por el suelo, necesitaba algo de ella, aumentaría las probabilidades de éxito, tenía que encontrar algo como fuese, por eso había venido hasta aquí. Encontró la barita de cristal con lo que esa mañana le hizo el moño a la niña y para su sorpresa tenia reatado alrededor cabello de la niña. El sabio en ese momento pudo respirar tranquilo, pensaba ya por un momento que habría venido para nada. Puso el papel cebolla en el suelo y estando como estaba, hecho canuto, lo cerró por un lado haciendo unos dobleces, y deposito por el otro lado el cabello junto con la varilla. Se puso de pie y sacó el papel que encontró junto a las manzanas, y lo depositó también dentro. Salió afuera y miró al cielo, vio que la estrella aun seguía ahí, dando aún bastante luz y calor, había llegado antes de lo previsto.
Cogió la lupa y comenzó a caminar con ella de la mano derecha, como tratando de buscar algo en el aire pero sin mirar a través de ello. No trataba de ver lo que aumentaba la lupa, sino un punto donde el haz de luz concentrado impactara. El brazo lo llevaba semi extendido y caminaba por una zona en concreto, no estaba buscando para nada al azar. En la mano izquierda seguía llevando el rollo de papel con las cosas dentro, que no lo soltaba por nada del mundo. Concentrado el sabio saliente tanto que se la había olvidado de todo el trajín que llevaba del día, a veces le pasaba factura, se le emborraba la vista y tenía que cerrar los ojos. Seguía buscando por frente del molino, ya había dado como la tercera vuelta y pensaba que no estaba mirando al sitio indicado cuando por fía oyó unas chispitas y como algo a poca distancia de la lupa, a la altura de su cintura, esas chispitas se hacían visibles. Rígido como una estatua se quedó su brazo derecho y tratando de que no se le fuera para nada el punto que había encontrado, llevó el extremo abierto del cilindro a donde estaban saltando las chispas, entonces, despacito, comenzó a trazar esas chispitas moviendo la lupa por el reborde del cilindro dispuesto en vertical, y luego cuando ya había pasado las chipas por la parte superior del cilindro, lo soltó, quedando suspendido en el aire. Siguió usando el haz de luz para provocar que la chispa pasara por todo el contorno del cilindro, que seguía mantenido en suspensión en el aire. El reborde del cilindro veía su color trasformado por el efecto del calor de la luz concentrada, pero no ardía en ningún momento.
Cuando el sabio saliente completó toda la silueta, el cilindro aun seguía como por arte de magia suspendido en el aire. Se secó el sudor, guardó en el bolsillo izquierdo la lupa y palpó el derecho, aun sonaban las monedas en él. Tenía todo lo necesario, y viendo que no se dejaba nada, empujó con fuerza sobre el cilindro y este comenzó a ceder en el aire de manera pesada como si una puerta grande se tratara. Fue cuando el sabio saliente dijo:
«Ya no hay vuelta atrás».